sábado, 25 de febrero de 2012

(des)habituarse.


Los tálamos, con la añoranza de los hombres, se llenan de lágrimas.

"Los persas", Esquilo.


Película París, Texas de Win Wenders, 1984.

Llorar a veces es tan absurdo... tan grave, tan húmedo. No quieres hacerlo pero de repente ya lo estás haciendo y no puedes parar y los ojos y sus cuencas y oh por dios, la deshidratación. No no no ¿quién quiere derramarse por las pupilas? ¿quién quiere qué? si no hay motivos para hacerse agua todavía. Si todavía no te han herido y tú ya esperas la cicatriz, el golpe que te haga perder el conocimiento.

Llorar a veces es tener una premonición: la del cataclismo.
Como escribir, pero sin mojar nada.


Rocío.

jueves, 23 de febrero de 2012

Y qué más dará todo lo demás.

Hacía tanto tiempo que no me emocionaba tanto... creo que nada me hacía llorar así, de esta manera, desde hace 1 semana, la primera vez que me cogiste de la mano. Así que, en cierto modo, esto eres tú y yo. Y por supuesto, también vosotros.

 

Lo que la piel no dice



No está escrito en ningún sitio que la piel quiera ser envenenada, ni que prefiera la tinta, a la limpieza original. No está escrito que la voluntad tenga derecho a imponerse sobre la naturaleza. Ni que las mujeres quieran vivir grabadas en los brazos de unos hombres, que tal vez, algún día, no serán suyos. Nadie sabe si es del todo lícito imponerse una condena, una marca, un estigma. No está escrito que sea justo que el dolor se premie, ni que la moda o el adorno o el capricho tengan por qué mezclarse con el alma. No hay razón para atarse a un símbolo cuya trascendencia puede ser transitoria y su presencia permanente. Nadie nos obliga, ni puede obligarnos, a decir para siempre. 

Y sin embargo más de una vez lo decimos. Y más de una vez nos manchamos la piel, con la tinta de una idea, de un presagio, de una certeza, que después se olvida, de un amor que después se pierde, o se arruina, de una emoción que creímos duradera, pero que al final, por más que nos neguemos a verlo, estaba de paso. Se van quedando los días, que ya fueron, en la piel, y al mirar atrás, son las marcas las que nos recuerdan aquello que fuimos. 

Tal vez en algún momento soñemos con escapar de esta condena, porque al querer ser otros, nos condenamos irremediablemente a ser lo que ahora somos. Y pesa. ¿Pero acaso no pesan también los besos, las palabras que dijimos, el daño que hicimos y el que nos hicieron, acaso no pesa también la historia invisible que arrastramos? 

No sólo existe lo que puede verse, existe también lo que se intuye, lo que se promete, lo que se da, existe lo robado y lo que no conseguimos robar. 

La vida se amontona en los márgenes de la piel señalada y la piel señalada, se va convirtiendo en una nota al pie de la página de nuestra historia. 

¿Qué dicen los versos de amor cuando el amor se ha ido, a quién le hablan, qué explican exactamente? ¿De qué o de quién hablan las canciones del pasado? ¿Qué fue de la furia, del rencor, del entusiasmo, del champán y su resaca? ¿En qué momento nos dimos cuenta, de que nada de lo nuestro, era nuestro para siempre? 

La piel recuerda. Y en la temporada de las lluvias, no se borran nunca todos los caminos de vuelta a casa. La piel recuerda un tiempo anterior a la tinta, antes de ser señalada, y recuerda, un tiempo de soledad, antes de ser amada, aunque a menudo no recuerde con precisión el motivo de todo lo sucedido. 

Las señales que dejamos nos permiten reconstruir las cosas que rompimos. Se avanza a tientas por el pasado, y aunque no todas las piezas encajan, y algunas ni aparecen, poco a poco, se reconoce un olor, un momento, una noche, o el color de sus ojos. Las señales que dejamos en la piel, nos traen algunas de las cosas que tuvimos, que fueron nuestras, cuando el tiempo no existía, y la memoria no era necesaria. 

Porque puede ser que nada se recuerde, pero también puede ser que el amor se empeñe en pelear contra el olvido, como un boxeador sonado y persistente. Puede ser que los días se sobrepongan al rigor de los días, que todo se sume y se amontone, que nada se pierda del todo. Y puede ser que la piel quiera recordar después de todo, los nombres de las mujeres amadas, y las causas de todas las batallas, ganadas, o perdidas, y que los pasos en la nieve no se vayan con la nive. No es imposible, que lo que pareció arrogancia o locura termine por dar fé de lo que fuimos, y que nuestras manos se llenen, cuando ya no esperemos nada, de nuestros pasados y, tal vez, de otros futuros. 

No puede descartarse que en algún momento, recuperemos el orgullo y el sabor de lo vivido. No puede descartarse que volvamos sobre nuestros pasos, que reencontremos el sentido a lo perdido, ni debería ser imposible, y seguramente lo sea, que llegado el día, volvamos a entender el código cifrado de nuestra piel, el mensaje en la botella que lanzamos hace mucho, mucho años. 

Puede ser, incluso, que al final del camino, volvamos a hacer las paces con el tiempo y empecemos a entender, de nuevo, como niños que recuerdan donde escondieron sus tesoros, nuestros propios tatuajes.






Ray Loriga

domingo, 19 de febrero de 2012

Tú, que eres febrero.


A mi madre, en su cumpleaños.




Recordar lo enorme
del milagro de la vida
y su multiplicación de las entrañas.
Recordar tu juventud,
lo diáfano,
lo pequeño:
el mundo es un dialecto.

Y ver cómo el tiempo pasa,
cómo el tiempo te abraza y te mece
y te quedas dormida,
minúscula,
en tu sueño.

Y ver cómo despiertas
cada mañana,
cómo naces
cada mañana,
cómo me pares
in-can-sa-ble-men-te
cada mañana.

Y escribir este poema para ti,
solo para ti,
que tienes el corazón pálido
como decía Eluard,
de tanto esfuerzo
y tanto amor.


Rocío.

domingo, 12 de febrero de 2012

Hija de Pléyone.

 Ve y derrama en su pecho un poco de néctar y ambrosía para que el hambre no le atormente.

La Ilíada, Canto 19, Homero.


 
Fotograma de La mirada de Ulises, Theo Angelopoulos, 1995.



Yo debí haber nacido en un pueblo griego
de hace 2000 puntos suspensivos.
Quizá ciertos rasgos me acompañan,
pero no los suficientes para haber visto
el sol dorando mitos y cítaras.
Yo, que debí haber sido griega y trágica
y quizá una hidra.
Yo que pude haber conocido a Safo en Léucade o
haberme enamorado en silencio de Anacreonte,
estoy solo destinada a leer lo que otros vivieron
y a recordar el azul lejano de unas islas
y su impacto en mi retina.
Yo, que me arranqué los ojos
y me quedé ciega,
yo...
debí haber llorado a Homero.



Rocío.

domingo, 5 de febrero de 2012

Como una luz de domingo.

 Everyday is like sunday,
everyday is silent and grey.

Morrissey





Como una luz de domingo 
a las 11.38 de la mañana 
entrando por los agujeritos ciegos
de las persianas.
Como el pie que asoma, 
desnudo,
como la mano que busca, 
desnuda,
como el cuerpo que se queja
queriendo ser desnudo también
pero no encuentra nada,
y se da la vuelta
y no hay nada,
solo la luz
y un cielo puntiagudo
que se cuelan
por la almohada
y son las 12.06
y amanece domingo 
como si a nadie le importara.




R.

jueves, 2 de febrero de 2012

Tic-tac tic-tac.


 
Escucha cuán rápido me late tu corazón.

Wislawa Szymborska

 Fotografía de Hajime Sawatari.



Y sé que llueve
y sé que en algunos lugares nieva,
que hace frío y
que sopla,
fuerte,
el viento.
Pero te prometo,
de verdad,
te prometo
que aquí dentro es primavera.


R.