jueves, 26 de julio de 2012

Ene de niebla, de nadie.



Y no he vuelto a ver a Nástenka. ¿Entristecer con mi presencia su felicidad, ser un reproche, marchitar las flores que se puso en los cabellos para ir al altar? ¡Jamás, jamás! ¡Que su cielo sea sereno, que su sonrisa sea clara! Yo te bendigo por el instante de alegría que diste al transeunte melancólico, extraño, solitario… ¡Dios mío! ¿Un instante de felicidad no es suficiente para toda una vida?


Noches Blancas, F. Dostoievski.



Fotografía aquí


Cuando la niebla creció
él perdió a Nástenka.

Durante días
meses
y un tiempo sin horas
él odió la niebla.
Odió el fenómeno metereológico,
aquel lugar sin nombre,
vivir para siempre
mirando una sombra,
el hueco vacío
las manos heladas
los pronombres indefinidos,
el reino donde van a parar
los objetos perdidos
de la piel perdida
la espuma
la cresta.

Cuando
la niebla creció
él odió la niebla,
los instantes de felicidad
que no merecen nunca las pérdidas.


Rocío.

sábado, 7 de julio de 2012

El sueño de Céfiro (I)




Detalle de "La primavera" de Botilleci



La casa tenía detrás del patio un porche y una habitación pequeñita llena de trastos viejos y herramientas. A mi abuelo le encantaba crear cosas a partir de utensilios sin uso: hacía tirachinas, pequeños inventos domésticos, y cosas que mi abuela siempre estaba intentando tirar dudando de su utilidad real. A mí me encantaba estar con mi abuelo y cuando digo estar es meramente el significado más superficial del verbo. Me gustaba estar allí con él, en la misma habitación, compartiendo ese pequeño espacio. Cuando era pequeña no era muy habladora, era mas bien una niña retraída y bastante tímida. Mi abuelo fue así durante toda su vida. Imagino que eso mismo nos unía tanto, éramos iguales: el ruido de las conversaciones nos molestaba, nos ensordecía como abejorros que zumban alrededor del tímpano. Y no recuerdo haber sido más feliz que en aquellos días en que, en un acuerdo mudo entre él y yo, caminábamos hacia la parte trasera del patio para compartir una maraña de ruido de martillo. El repiqueteo constante y pesado a veces se confundía con el sonido confuso y como de aleteo, de mi corazón.


El sueño de Céfiro, una ¿novela? en construcción.
Rocío.