lunes, 30 de mayo de 2011

Vous ne rêvez pas.



No era un sueño porque podía tocar las cosas: los libros, las fotos, las migas de pan en la mesa... Todo, todo estaba allí y todo era sensible a su tacto. Pensó que pudiera ser una trampa. Su trampa. Porque caía en ella demasiadas veces: las rejas le parecían bonitas. Luego se inclinó por la opción de que aquello fuera una amalgama entre sueño y realidad. Una dualidad digna de Descartes. Pero al llegar la mañana, los rayos de sol a través de las persianas le daban la seguridad necesaria para saber que estaba despierta. No había vigilia. Trató entonces de averiguar que era aquel rumor, aquel zumbido ensordecedor que escuchaba a todas horas. De repente, sentada frente al espejo, peinándose, lo supo. Aquel ruido que oía, aquel rostro que le devolvía la mirada desde el otro lado, aquello que la perseguía a cada instante... Eso. Eso era la vida. Nunca lo vio tan claro, nunca le pareció tan hermosa.