jueves, 26 de julio de 2012

Ene de niebla, de nadie.



Y no he vuelto a ver a Nástenka. ¿Entristecer con mi presencia su felicidad, ser un reproche, marchitar las flores que se puso en los cabellos para ir al altar? ¡Jamás, jamás! ¡Que su cielo sea sereno, que su sonrisa sea clara! Yo te bendigo por el instante de alegría que diste al transeunte melancólico, extraño, solitario… ¡Dios mío! ¿Un instante de felicidad no es suficiente para toda una vida?


Noches Blancas, F. Dostoievski.



Fotografía aquí


Cuando la niebla creció
él perdió a Nástenka.

Durante días
meses
y un tiempo sin horas
él odió la niebla.
Odió el fenómeno metereológico,
aquel lugar sin nombre,
vivir para siempre
mirando una sombra,
el hueco vacío
las manos heladas
los pronombres indefinidos,
el reino donde van a parar
los objetos perdidos
de la piel perdida
la espuma
la cresta.

Cuando
la niebla creció
él odió la niebla,
los instantes de felicidad
que no merecen nunca las pérdidas.


Rocío.